viernes, 11 de noviembre de 2011

Los padres quieren lo mejor para sus hijos


Por Javier Navarro Algás. Gerente de Fundación Pioneros
Esta sencilla afirmación encie­rra la clave para realizar peque­ñas innovaciones a la hora de mejorar el sistema educativo.
Supone reconocer que los pa­dres, familias, unidades de con­vivencia, son los principales aliados de los docentes en su labor. Supone quitar presión al sistema educativo porque es reconocer que hay problemas sociales, familiares, económi­cos, que escapan al ámbito escolar y donde los docentes no pueden intervenir en solitario.
Es habitual constatar que los encuentros entre familias y docentes son esporádicos y se producen cuando hay proble­mas de conducta o conviven­cia, o para la entrega de notas.
En mi opinión, el objetivo de la educación es que los alum­nos alcancen su plenitud como personas, no únicamente que obtengan un título: un enfo­que integral les posibilitará enfrentarse a la vida real con muchas más garantías de éxito.
Me gustaría que las reuniones entre tutores y padres se cele­braran con mayor frecuencia y que se orientaran a la mejora de los alumnos considerados como personas, no como sim­ples receptores de información. Que pudieran valorarse aspec­tos tan importantes como sus preferencias académicas, los deberes una vez finalizada la jornada escolar, las actividades extraescolares que realizan o que podrían ser convenientes, la necesidad de apoyo extraes­colar y cómo la comunidad educativa puede ofrecérselos.
El objetivo es conseguir que los alumnos salgan de clase con ganas de aprender y que los padres se sientan satisfechos de la progresión de sus hijos, no que prolonguen su día con obligaciones académicas y la presión añadida de los exáme­nes, y los padres experimenten con perplejidad que ni sus hijos están motivados ni ellos tienen capacidad para ayudarles.
Esto supone que tanto profe­sores como padres deben es­cucharse mucho más de lo que suelen hacer y, por supuesto, abandonar posiciones de rigi­dez y superioridad por cual­quiera de las partes.
Quisiera insistir en que la edu­cación es el desarrollo de toda la persona; de las emociones, positivas y negativas; del co­nocimiento de uno mismo; de tener un proyecto en la vida; no una mera transmisión de saberes.
No es sano que los jóvenes puedan reprocharnos que des­pués de 16 años de enseñanza obligatoria e incluso estudios universitarios, tuvieron que aprender por su cuenta el sig­nificado del trabajo en equipo, del manejo de sus emociones en la familia, con los amigos, con la pareja, en un entorno laboral, de la capacidad para relacionar conceptos, estable­cer objetivos y priorizarlos, de la educación de la sensibilidad, de los valores morales.
Tampoco me parece sano que los padres sientan que el siste­ma escolar no les escucha, ni la frustración de los docentes por las exigencias que la sociedad deposita en ellos.
Por todo esto me parece que, para comenzar, debe hablar­se más de educación en foros públicos y que debe permitirse a las familias y docentes impli­carse de formas nuevas en los procesos educativos.

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