El pasado 19 de
septiembre se cumplió el noventa aniversario del nacimiento de Paulo Freire, un
gran educador brasileño e influyente teórico de la educación que, en un
principio, se ocupó de los denominados ‘desarrapados del mundo’ para,
posteriormente, construir un armazón sobre lo que significa la educación en el
plano intelectual: ¿qué ser humano queremos formar?, ¿con qué valores?
Quien desde niño conoció la durísima realidad del nordeste
brasileño (opresiva, marginal y desarraigada), se sumerge pronto en las ideas
revolucionarias que pululan en la Latinoamérica de los años sesenta, que
utiliza la dialéctica marxista para la visión y comprensión de la historia, y
encuentra en el lenguaje de liberación surgido de las corrientes más avanzadas
del catolicismo (la Teología de la Liberación) el soporte necesario para lograr
un discurso pedagógico que busca cambiar la sociedad.
Es por lo que este aniversario adquiere en la actualidad un
gran significado: el empeño de Paulo Freire para que sus coetáneos rompan su
pasividad y silencio, para que adquieran una capacidad crítica para
relacionarse con la sociedad y así se liberen de sus ataduras, entronca con la
imperiosa necesidad de insuflar cambios a nuestra sociedad.
Partiendo de la fuerza transformadora que tiene la educación
sobre el ser humano, Freire nos hace ver que el acto educativo no consiste solo
en una transmisión de conocimientos, es el goce de la construcción de un
mundo común. La educación se convierte así en una fuerza de acción asociada a
la crítica constructiva que exige de los docentes una entrega apasionada.
De esta suma de intenciones nace un proyecto social y
pedagógico que tiene como misión humanizar la vida misma. Y para lograr que el
conocimiento no solo se transmita, sino “que se construya”, se requiere una
suma de equilibrios entre los actores participantes en el mundo educativo que
tiene su espejo en la construcción de la enseñanza contemporánea.
Freire nos recuerda que, en esta superposición, no sólo es preciso
redefinir el rol del docente (el mundo cambia, luego cambiamos con él) sino
que hay que reconfigurar las voces de otros protagonistas (los escolares, las
familias), junto con las categorías del pensamiento y el lenguaje, para poder
construir un nuevo discurso en el que la educación no es mera instrucción
escolar (sí, la incluye, pero va más allá): en los colegios se establecen relaciones
pedagógicas y sociales específicas que dejan huellas en las personas que
participan de ellas.
Y todo esto, por encima de la contienda en la que se ha
convertido la educación (¿para cuándo esta será un entente como la Seguridad
Social, a salvo de la hostilidad política?) Si bien Freire ya nos recordó que
“la educación es el terreno donde el poder y la política se expresan de manera
fundamental”, él también incidió en que para lograr los objetivos básicos de la
educación (desarrollo de una mentalidad crítica y potenciación de los actores
sociales para el cambio) no hemos de olvidar que la educación ha de ser
pública y no someterse a la privatización, entendiendo esta en el sentido de
quitar al Estado el deber de cumplir sus obligaciones sociales y sucumbir a
una visión mercantilista de la misma.
Por increíble que parezca, Paulo Freire respondió hace ya
tiempo a las controversias que inundan el mundo educativo español explicando
que la educación responde a las creencias más profundas acerca de lo que significa
ser humano, soñar y dar nombre y luchar por un futuro y una forma de vida
social mejores. Convendría recordarlo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario