viernes, 13 de abril de 2012

Los invisibles


Miguel Loza Aguirre. Pedagogo y asesor de Educación de Personas Adultas en el Berritzegune de Vitoria.
  
La India es una sociedad estable­cida en Castas. La más baja o, si se prefiere, el grupo humano que está fuera de ellas son los into­cables, también llamados parias. Los hindúes consideran que los intocables son tan bajos como el excremento. Los parias, por su des­cendencia, no pueden ni siquiera tomar agua del mismo chorro que las otras castas, están excluidos de los servicios básicos, como salud, educación y empleos, y eso que son unos 130 millones.

En nuestra sociedad no existe esta jerarquía instituida por nacimien­to. Sin embargo creo que tenemos algo similar; un grupo humano al que denomino: los invisibles. ¿De verdad que no te habías dado cuenta? Claro, me dirás, como son invisibles. Bueno, tienes razón. Las personas no somos invisibles, lo que ocurre es que de tanto volver la cabeza a su paso hacemos como si lo fueran. En algunas tribus pri­mitivas el mayor castigo para una persona era el que el resto hicieran como si no existiera, como si no lo vieran. Hablaba pero no le contes­taban y nadie le dirigía la palabra. Esta persona lo pasaba tan mal que acababa por abandonar la tribu e irse al bosque, a pesar de que sabía que las posibilidades de sobrevivir eran nulas.

En nuestra sociedad las personas invisibles son todas aquellas a las que, por la razón que sea, no queremos ver. Te pondré unos ejemplos: muchas personas ma­yores son invisibles porque hay que cuidarlas, estar pendientes de ellas, en ocasiones se les va la ca­beza, se repiten, originan muchos gastos o, en definitiva, porque nos recuerdan que tarde o temprano seremos como ellas. Otras perso­nas, por razones muy parecidas a las anteriores, que pueden llegar a ser invisibles son las enfermas o las discapacitadas. Te recuerdo que no hace muchos años, muchas fa­milias no se atrevían a sacar a sus hijos o hijas discapacitadas psíqui­cas a la calle porque de una forma totalmente injusta la sociedad las había invisibilizado. Y qué te voy a contar de las personas que están en la cárcel o que incluso, después de haber cumplido su pena, salen a la calle; o de los inmigrantes que últimamente han venido a vivir con nosotros. En general, solemos hacer invisibles a las personas desfavorecidas, a las que están marginadas y a aquellas que son diferentes a nosotros o al grupo en el que vivimos.

Y tú, da igual la edad que tengas, que seas padre o madre, profesor o alumno ¿a quién haces invisible? ¿O, tal vez, y según con quién y en qué sitios, seas tú el que te sientas invisible? Te lo digo para que lo medites un poco. Estoy seguro de que alguna vez, como a mí me ha pasado, te han hecho o te hacen sentirte invisible; y estoy conven­cido de que te habrás sentido tan mal como yo, o como el de la tri­bu al que le imponían ese terrible castigo. Entonces, si sabes lo mal que se pasa, ¿por qué lo haces? ¿por qué lo hacemos? Insultar, agredir, despreciar, negar el salu­do, infravalorar, repudiar, rebajar, humillar, despreciar, arrinconar, rechazar, marginar, acorralar, reír­se de una persona, etc. son mane­ras de hacerla invisible, formas de hacerla sufrir.

Así pues, dejemos de hacerlo para ser más felices, porque detrás de todo esto solo se encuentran el miedo, la cobardía y la envidia, y estas tres cosas son las que hacen invisible la felicidad o, si quieres, las que hacen visible la infelicidad.





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