viernes, 20 de abril de 2012

¿Quién quiero ser?


Matías Salazar Terreros. Psicólogo. 

Me piden que escriba un artículo sobre educación. Acepto la petición pensando en ofrecer alguna ayuda.
Escribo principalmente para padres y para chicos y chicas que están sur­cando su infancia adulta y adoles­cencia, entre 10-17 años.
1.- La primera experiencia va unida a un hecho ocurrido en un campa­mento de verano montado en Oja­castro (La Rioja). Participaban en él muchachos de la zona de Haro, entre 10 y 16 años. Una de las activi­dades que estaban programadas fue una marcha para ascender al monte San Lorenzo. Salimos a las 6 de la mañana un grupo de unos 25. Cru­zamos Ezcaray. Cogimos la carretera que sube a Urdanta. Allí paramos a almorzar y reponer fuerzas. Sacamos los bocadillos que desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. Acabado el almuerzo emprendimos otra vez la marcha y por una senda bastante empinada llegamos hasta la esta­ción de esquí de Valdezcaray. Serían como las 12,30. Ninguno éramos buenos andarines acostumbrados a la marcha y menos en montaña. Así que dejamos las mochilas en la orilla de la carretera y nos paramos a des­cansar. Pero ocurrió lo inesperado: la mayoría, tumbados en mitad de la carretera de la estación de esquí, se durmió por más de 2 horas.
Este hecho puso en crisis a todo el grupo y nos preguntamos: ¿qué ha­cemos? ¿Subimos a la cumbre del San Lorenzo o nos volvemos? La decisión fue casi unánime: subimos. Nos lo hemos propuesto y tenemos que cumplir los compromisos.
Emprendimos la marcha hacia la cumbre. Y con otra parada para comer algo fuimos poco a poco es­calando los 2.260 metros de altura. Jadeando y con la lengua afuera hollamos su testuz altiva a las 7 de la tarde de aquel 29 de julio de 1981. Arriba soplaba un viento limpio, suave y frío: nos sentamos en la ca­vidad de la cumbre y allí cantando y gritando expresamos el gozo de haber logrado, con gran esfuerzo y algo de sufrimiento, lo que nos ha­bíamos propuesto. Estábamos fati­gados pero inmensamente alegres.
2.- El otro hecho me ocurrió cuan­do estudiaba el equivalente al Bachillerato Superior. Era una her­mosa, serena, esplendente tarde del mes de abril. Un domingo. Al día siguiente tenía examen de Ciencias Naturales: así se llamaba entonces la asignatura. Era un libro encuadernado en cartoné. Tenía unas 300 páginas; un señor libro de una asignatura importante para la comprensión de la ciencia y de la naturaleza. Me puse a hacer el último repaso. Empecé por el prin­cipio y el principio trataba de la mineralogía y cristalografía. Vi que lo entendía todo y que me lo sabía. A continuación fui repasando cada uno de los otros temas. Compro­bé que el estudio de cada día me había resultado de gran provecho para el aprendizaje de la asignatura.
A las 8 y media de la tarde me le­vantaba del asiento. Hoy, a muchos años de distancia, aún recuerdo la alegría de aquella tarde hermosa de primavera, alegría que brotaba del hecho de caer en la cuenta de que aquella asignatura estaba bien pre­parada. Y aún hoy me siento con­tento por ello. El examen salió bien.
3.- Estas son dos de mis experien­cias. Si has llegado leyendo hasta aquí, lo que te pido es que te pre­guntes:
¿Quién o cómo quieres ser?
¿Qué deseas que digan de ti los que te conocen y te quieren bien?
¿Qué precio estas dispuesto a pagar en tiempo y trabajo para ser como quieres ser?
Respóndete con sinceridad y si lo necesitas pide ayuda a alguien de quien te fíes.

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